miércoles, 28 de julio de 2010

La trágica vida de Inocencia Cadalso(una mujer con olor a bencina)

Y mientras las ensoñaciones la envolvían como un pañuelo de seda , alguien, desde el octavo B, respondió con un tímido -Ssi...¿quién es...? la voz del doctor se confundió con el aleteo de las palomas, y con el suspiro entrecortado de Martita que, por lo inesperado, se estampó en el metal del portero eléctrico, con la fuerza de una cachetada.
-¡Bajá hijo de puta...!- le gritó entonces, -Soy Martita, te conviene que bajes ahora, por que si no te juro, que te rompo el edificio a patadas, me entendés?! Una gotita de sudor, (como una babosa,) se le deslizaba por la frente, acomodándose en el entrecejo, el labio superior le temblaba rítmicamente, y el corazón le latía tanto, y tan fuerte, que creyó que moriría ahí mísmo de un infarto, en ese paliere helado, en una mañana helada , amenazando como una pobre infelíz muerta de frío, al infelíz de Pasalaccua.
Después de todo, eran dos infelíces que se habían encontrado en el peor momento de sus vidas y que ahora se medían como dos gallos en un gallinero,para ver quien de los dos, se quedaría con el privilegio de cantar al amanecer. Y el Amanecer era , para Martita, nada mas ni nada menos que la dignidad de su propia vida. Para el doctor, en cambio, solamente la seguridad de mantenerse en esa farsa matrimonial que defendía a tontas y a locas. Sin saber demasiado por qué, ni para que´, salvo por el recuerdo lejano de una madre que lo despreciaba en voz baja, fría como un arenque, y tan parecida a su mujer, que ya reconocerlo como algo posible, lo dejaba sin fuerzas, débil como después de una gripe en pleno agosto.
Pero así era Pasalaccua, como la sombra de su sombra, la debilidad de carácter personificada en un hombre, la ineptitud para decidir nada. Por eso, y en el comienzo de la relación con Martita, otro hombre que no era el, jugó a un juego que no debía, usó el fuego para decirle cosas que ningún otro, le había dicho nunca. Mentiras de un pobre miserable que, sabiéndose un fracaso, un día se le da por vestirse con el traje de otro, caminar con los zapatos de otro, hablar con la boca de otro, para enamorar, luego, con el corazón de otro. Pero esas cosas se perciben, son como la humedad en una vieja habitacion, algo que no se ve, pero que trepa por las patas de una silla como un insécto invisible o penetra los huesos como una enfermedad.
Y así fué como a Pasalaccua un día, se le vino la noche. Alguien quiso, tal vez el Destino, que ese otro que nunca había sido, se cansara finalmente, de prestarle una vida de mentiras y palabras dulces. Entonces, le apagó la luz, le cerró la puerta, y se llevó la ropa.
Pero Martita lo supo de entrada, algo le decía que esas caricias no eran de esas manos, ni esas palabras de encanto, podían nacer de esa boca sin labios y cerrada como una ostra. En una palabra,
Pasalaccua quedó reducido a lo que era, a lo que siempre había sido: un pusilánime manejado por la peor de las titiriteras: su mujer. Es decir, su madre muerta.
Pero eso a Martita, no le interesaba en lo más mínimo, eran pesadillas que no le pertencían, en todo caso, la habían tocado de costado, en un mal sueño que se atrevió a compartír con el doctor, y que solamente había durado unos pocos meses. "Cantos de sirena," como se repetía cuando la asaltaban los reproches a si mísma, en esas noches, donde se reconocía en la soledad de su habitación, esa habitación y esa cama, donde tantas veces lo había visto a Pasalaccua, desmoronarse como una marioneta bajo el peso de sus mentiras.
Entonces, y envalentonada por los recuerdos y como si un rayo de hielo la hubiéra atravesado, afinó la voz, apoyó la boca sobre el metal frío del portero eléctrico, y casi susurrando, apretó los dientes y soltó : bajá Pasalaccua, bajá ahora, o hago un desastre....

Continuará...

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