jueves, 29 de julio de 2010

"La trágica vida de Inocencia Cadalso"(una mujer con olor a bencina)

Y Pasalaccua bajó. Apenas abrió la puerta de calle, que ya Martita supo que tenía otra cara. Lo reconoció enseguida, como lo había reconocído otras tantas veces, cuando el engaño le salía a borbotones de la boca, como un vómito que no se puede evitar. Estaba desencajado, blanco como un fantasma, la mandíbula inferior le colgaba, abriéndole la boca , una boca muerta, como de títere. Los ojos, enormes y espantados. La naríz afilada por el miedo. Los pómulos hundidos y pegados al hueso, como si fueran papeles recubriendo una vieja pared.

-Estoy cansado...- dijo, -

-Martita, estoy cansado- repitió.

Ella seguía sin moverse, fría como una estatua, lo miraba con la lejanía de quién mira un accidente de autos desde la vereda vecina, juzgándolo convenientemente, rezándo apenas por ése que no se conoce y se desangra delante de uno sin pedírnos permiso. Así lo miraba, con una mirada distante , y a la vez, piadosa.

No había caso, no podía odiarlo. Las maldiciones en las que había pensado solamente unos minutos atrás, se le juntaban en el pecho, amontonándose como hojas secas.

-Y así me lo decís?- le respondió... Entonces, reparó en su propio cansancio, como si no hubiera dormido en una semana, tan cansada estaba, que tuvo la sensación de haber estado allí, por años. Entonces el sinsentido cobraba una dimensión tan aterradora y tan inútil, que no sabía bién qué, o quién, la había arrastrado hasta el departamento del doctor, esa mañana.
Se suponía que estaba allí para hacer algo. Por lo menos, un crimen. Matar a ese hombrecito confundido y balbuceante fué lo segundo que pensó ese día , después de tomarse el cuarto mate.
Pero no pudo. Ni siquiera se había llevado a las apuradas del cajón del aparador, un cuchillo tramontina, ni una tijerita, nada.
Mientras tanto, Pasalaccua la miraba sin ver, como un ciego reciente que todavía recuerda la intención en una mirada, y teme ser descubierto. Alerta a cada movimiento de ella, desprotegido y entregado a esa situación que él mísmo había provocado. ¿Pero como decírle que todo había sido como un juego? No había querido herírla, no. El no era la clase de hombres que se deleitan con el sufrimiento de una mujer. No había sido por maldad hacia nadie, lo había hecho por él, nada más. Para seguir viviéndo, para reconocerse en la sonrisa de ella, como Narcíso en el lago...Por eso es que había desplegado esa pequeña ...¿actuación? En todo caso, una actuación menor, algo sin importancia, un actor de reparto que recíta un guión mediocre, olvidable. ¿ O acaso cada pisada que uno da en la vida ,tendría que delatar, siempre, la forma del zapato? No, claro que no. Pero cómo hacerle entender, entonces, ese simple razonamiento, a una mujer que no quería entender. Que se empacaba como una cabra en el monte, defendiéndo, (después de todo,) sentimientos unilaterales y absurdos?

Y mientras se regodeaba con esos pensamientos, la prima Porota se acercaba ,cargada como un equeco, con las bolsas del supermercado, y sin sospechar, siquiera, el drama sabatino que estaba a punto de explotar con la mísma irrealidad de un fuego de artificio, en un entierro.

miércoles, 28 de julio de 2010

"El Gran Zoo" Patricia Breccia (Revista Humor)


La nonna de il tempo


La trágica vida de Inocencia Cadalso(una mujer con olor a bencina)

Y mientras las ensoñaciones la envolvían como un pañuelo de seda , alguien, desde el octavo B, respondió con un tímido -Ssi...¿quién es...? la voz del doctor se confundió con el aleteo de las palomas, y con el suspiro entrecortado de Martita que, por lo inesperado, se estampó en el metal del portero eléctrico, con la fuerza de una cachetada.
-¡Bajá hijo de puta...!- le gritó entonces, -Soy Martita, te conviene que bajes ahora, por que si no te juro, que te rompo el edificio a patadas, me entendés?! Una gotita de sudor, (como una babosa,) se le deslizaba por la frente, acomodándose en el entrecejo, el labio superior le temblaba rítmicamente, y el corazón le latía tanto, y tan fuerte, que creyó que moriría ahí mísmo de un infarto, en ese paliere helado, en una mañana helada , amenazando como una pobre infelíz muerta de frío, al infelíz de Pasalaccua.
Después de todo, eran dos infelíces que se habían encontrado en el peor momento de sus vidas y que ahora se medían como dos gallos en un gallinero,para ver quien de los dos, se quedaría con el privilegio de cantar al amanecer. Y el Amanecer era , para Martita, nada mas ni nada menos que la dignidad de su propia vida. Para el doctor, en cambio, solamente la seguridad de mantenerse en esa farsa matrimonial que defendía a tontas y a locas. Sin saber demasiado por qué, ni para que´, salvo por el recuerdo lejano de una madre que lo despreciaba en voz baja, fría como un arenque, y tan parecida a su mujer, que ya reconocerlo como algo posible, lo dejaba sin fuerzas, débil como después de una gripe en pleno agosto.
Pero así era Pasalaccua, como la sombra de su sombra, la debilidad de carácter personificada en un hombre, la ineptitud para decidir nada. Por eso, y en el comienzo de la relación con Martita, otro hombre que no era el, jugó a un juego que no debía, usó el fuego para decirle cosas que ningún otro, le había dicho nunca. Mentiras de un pobre miserable que, sabiéndose un fracaso, un día se le da por vestirse con el traje de otro, caminar con los zapatos de otro, hablar con la boca de otro, para enamorar, luego, con el corazón de otro. Pero esas cosas se perciben, son como la humedad en una vieja habitacion, algo que no se ve, pero que trepa por las patas de una silla como un insécto invisible o penetra los huesos como una enfermedad.
Y así fué como a Pasalaccua un día, se le vino la noche. Alguien quiso, tal vez el Destino, que ese otro que nunca había sido, se cansara finalmente, de prestarle una vida de mentiras y palabras dulces. Entonces, le apagó la luz, le cerró la puerta, y se llevó la ropa.
Pero Martita lo supo de entrada, algo le decía que esas caricias no eran de esas manos, ni esas palabras de encanto, podían nacer de esa boca sin labios y cerrada como una ostra. En una palabra,
Pasalaccua quedó reducido a lo que era, a lo que siempre había sido: un pusilánime manejado por la peor de las titiriteras: su mujer. Es decir, su madre muerta.
Pero eso a Martita, no le interesaba en lo más mínimo, eran pesadillas que no le pertencían, en todo caso, la habían tocado de costado, en un mal sueño que se atrevió a compartír con el doctor, y que solamente había durado unos pocos meses. "Cantos de sirena," como se repetía cuando la asaltaban los reproches a si mísma, en esas noches, donde se reconocía en la soledad de su habitación, esa habitación y esa cama, donde tantas veces lo había visto a Pasalaccua, desmoronarse como una marioneta bajo el peso de sus mentiras.
Entonces, y envalentonada por los recuerdos y como si un rayo de hielo la hubiéra atravesado, afinó la voz, apoyó la boca sobre el metal frío del portero eléctrico, y casi susurrando, apretó los dientes y soltó : bajá Pasalaccua, bajá ahora, o hago un desastre....

Continuará...